domingo, 4 de marzo de 2012

En ocasiones pienso, que todos tenemos una especie de caja negra. Sí, digamos que en realidad esta pequeña cajita, se  trata de un tipo de testamento pasado con consecuencias próximas a la realidad. Como siempre, solo lo apreciamos en cada explosión. Digamos a su vez, que este está formado por todas aquellas cosas que queremos olvidar. Sí, aquellas que queremos que desaparezcan pero no lo hacen. Por las que existen pero no para nosotros. Por las que no están a nuestro alcance. Aunque lo peor y sin duda el mayor requisito para pertenecer a ella es que sea algo que hayas querido, querido de verdad y que ya por algún extraño motivo lo hayas perdido para siempre. Es bastante posible que esta pequeña caja la compongan todas las partes de la ciudad que son trozos nostálgicos de tu vida con alguien. Aquel banco en el que esperaste que fuera a buscarte. Aquella canción. El color que tenía la acera por la que paseabais. La forma de aquel trocito de tierra junto al mar de tu primer te quiero. El sitio al que solía llevarte. El lugar donde lo conociste. Esa sonrisa que tanto le gustaba. El color de uñas rosa con el que siempre se reía...


420187_242311405847219_143340849077609_529590_867673903_n_large

Espera.

Búscate un segundo. En cuanto nadie mire, coges y te persigues un rato. No te prometo ningún resultado; es más, igual acaba siendo tan inútil como leer este texto, igual por eso sólo ya ni vale la pena. Pero te doy una pista, si quieres encontrarte fácil, búscate en sincero y mírate en algún lugar entre una pequeña promesa y alguna gran frustración.

Ahí andamos todos, entre miles de expectativas y cientos de no pudo ser. Dicho de otro modo, somos algo muy parecido a un manojo de promesas que han ido caducando en forma de fracaso o, con suerte, transformándose en bonitos recuerdos. Pero si lo piensas, la mayoría de tus proyectos van asfaltando de ilusión las ruinas de un pasado que crece bien absurdo destruido por la deflagración de los intentos. Y lo que eres hoy va cubriendo lo que quisiste ser algún día, como ocurre con esos cuadros ocultos bajo otros cuadros, que es lo que la gente jamás ve, y a veces ni siquiera puede intuir.

Si algún día soñaste con ser actriz de culebrones, defensa del Rayo y guitarrista de jazz, lo más probable es que hoy seas estilista en Vallecas, contable de una consultora y cocinero de un motel de carretera.
No me vengas con que tus sueños han evolucionado, que has crecido, que en eso consiste madurar, en adaptarse a la vida y en que la vida se adapte a ti, que ser feliz es aprender a conformarse, y todas esas bobadas de la antiayuda.
Te cambio el secador por una cámara, la calculadora por el balón, y la sartén por una guitarra, y mirándome a los ojos, dime con qué te quedas.

Hablando en plata. Abandonar un sueño es como morir por fascículos. Con la diferencia de que esta colección no la acabas tú, sino que probablemente sea ella la que acabe contigo. El día que la empiezas no te das ni cuenta de lo que estás haciendo, porque con el número uno, también en este caso, vienen todo tipo de tapas, excusas y justificaciones de regalo. Que si ya es tarde para intentarlo, que si al fin y al cabo lo puedo seguir haciendo como hobby, que si en realidad me gusta vivir bien, que si no lo hago es por mi familia, que si necesito una garantía de seguridad, que si ya no tengo edad, ni dinero, ni contactos… lo que sea.

Por eso, a todos los que hoy se planteen convertir sus expectativas en frustraciones. A todos los que pretendan inmolar su vocación con la dinamita del miedo. A todos los que alguna vez se hayan planteado castrarse un te imaginas. A todos esos, con el corazón en una mano y los genitales en la otra, tan sólo os haré una pregunta, ¿tú de pequeño habrías querido ser tú? Y por favor, antes de contestar, intentad que la palabra tarde no rime con la palabra cobarde.

Una vez tuve un profesor que nos puso un único examen final. En una hoja, nos dijo, escribid lo que harías a partir de mañana si hoy os tocasen mil millones. Y ahora voltead la hoja, y detrás me escribís por qué no lo empezáis a hacer ya, aunque no os hayan tocado.
Sólo hubo una forma correcta de contestar esa pregunta. 
Dejándola en blanco.


Verás, siempre llevo cuanto necesito: aire en mis pulmones y unas cuantas hojas de papel en blanco. Me encanta despertarme por la mañana sin saber qué me deparará el futuro, a quién conoceré o dónde me llevará la vida. Creo firmemente que la vida es un regalo y no pienso desperdiciarla. Nunca se sabe qué cartas repartirá la próxima vez; aprendes a aceptarla tal y como viene, así, cada día cuenta.